La sensación de pasar unos días en las islas de Kerkennah es similar a la de perderse en otras orillas del Mar Mediterráneo, ya sea en Sicilia, Cerdeña o cualquier isla griega.
Las costumbres marineras, aún tan presentes mantienen técnicas ya olvidadas en otros lugares, siendo tan básicas a simple visto como efectivas.
Si bien hoy se antojan tranquilas, por Kerkennah pasó Aníbal, el general cartaginés en su exilio de Cártago. Y también fue ambicionada por españoles, venecianos y turcos, como refleja la gran fortaleza de borj el-Hissar. Hoy el asedio viene por parte del turismo que en periodos de verano acude buscando paz y como no los platos a base de pulpo que son pescados con vasijas donde se refugian.
El ferry conecta las islas con el continente, y en una hora podemos alcanzarlas desde Sfax. Si bien las dos islas Gharbi y Chergui que componen Kerkennah son independientes, un puente las une para facilitar el transporte interno. Al resto de islotes se puede llegar prácticamente andando por curioso que resulte, ya que sus aguas son poco profundas.
Sus aguas límpidas y transparentes invitan continuamente a sumergirnos y pasar más tiempo bajo el mar que en tierra firme.
En Kerkennah presumen de que casi hay un millón de palmeras y ciertamente el paisaje de palmerales hace del lugar un paraiso, un lugar idílico. Aquí se descansa del tumulto del resto de Túnez, y se convive con la gente de una forma más cercana y natural.
Una de las opciones más divertidas para conocer las islas es hacer un viaje en faluca, la pequeña embarcación a vela que se mueve con facilidad por las costas, visitando las calas más recónditas y buscando zonas para hacer una inmersión a pulmón.